... el olor del libro de Hermann Lenz, "Los ojos del criado".
Huele a papel y a humo. A humo de lumbre y tabaco. Era de mi padre, ahora es mío... Se empeñó en que lo trajera del pueblo la última vez que estuvimos allí, aprovechando para felicitar las fiestas a mi abuela. No vamos a menudo por distintos motivos que ahora no vienen a cuento. Pero el caso es que en las habitaciones de arriba están las arcas de madera y los cajones que guardan cosas interesantes. Monedas de todo tipo y de cualquier lugar, periódicos de hace décadas, fotos viejas en las que me gusta adivinar quién es quién... Por eso siempre que vamos, no puedo evitar subir a "güinear", a "guzquear" (palabras que me recuerdan inevitablemente a mi padre y que significan lo mismo: cotillear, rebuscar...).
Desde el jardín se ve el río. La vista es preciosa y escuchar el rumor del agua mientras las orejas se ponen rojas de frío es genial. En verano es mucho más bonito, si cabe. Hace años, apagar la luz de la fachada era suficiente para poder ver las estrellas. Lástima que lo único que tenga de allí sean recuerdos sueltos.
Sin embargo, todavía me queda por descubrir una parte de esa casa... El desván. Nunca he subido [y no será por falta de curiosidad...]. Abro la puerta que da a las escaleras, pero siempre me quedo ahí. Mirando la bombilla que se deja ver entre los peldaños y el vaho que sale de mi boca al respirar. No sé. Supongo que unas escaleras que no se han cambiado desde mil setecientos y pico, por muy sólidas que sean, no me dan mucha confianza... Pero prometo que la próxima vez subo sin falta. Y después os lo cuento. Jejeje!
[Estoy buscando una foto que quede bien. En cuanto la tenga, la pongo y borro este parrafillo].