Los nervios de la noche del 5 de enero hace ya años que desaparecieron. Ese alboroto de 'las tres en el mismo cuarto', juntar las camas y no poder dormirse hasta las mil... Pero, sobre todo, lo que más echo de menos era aquella ilusión del día siguiente, cuando todavía no sabías qué se escondía dentro de todos esos regalos que esperan bajo el abeto. ¡Qué inocentes éramos!
Pues bien, a pesar de ser yo muy de Reyes Magos -todavía no me acostumbro a que un gordo vestido de rojo se encargue de los regalos-, hacía también muchos años que pasaba de cabalgatas, de abuelos que parecen olvidar que un caramelo cuesta cinco céntimos y del frío esperando de pie. Pero hoy ha sido distinto. La cabalgata nos ha sorprendido por la calle, se ha cruzado en nuestro camino.
Y todos esos disfraces de duendecillos, la purpirina de los maquillajes, las carrozas, la música, las caras de los que llamaban a gritos a su Rey Mago preferido para recordarle por última vez que han sido buenos... Todo eso, me ha parecido bonito.
Sin músicas sonando al tiempo que escribo, esta vez, en el aire sólo ilusión que se contagia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario